Salgo de mi casa por la calle de tierra , hasta la próxima de ripio, la calle F, que corre paralela a la acequia regadora principal, bordeada por altos álamos, cruzo el puente, y tomo Alem Norte, también de ripio, a unos 500 metros paso frente a la casa de Muñoz resguardada por centenarios pinos, altísimos, bajo la galería están él y su esposa, tomando mate, cobijados a la sombra de los inmensos pinos, toco bocina al pasar, levantan sus manos en señal de saludo. A la izquierda de su casa esta la de su hijo, y a la derecha, otro de sus hijos, ambas casas separadas por amplias entradas de coche, bordeadas de ligustro. Voy hasta el centro
y vuelvo, allí están aun, a la sombre de los vigilantes pinos tomando mate, nos saludamos levantando las manos, como acto de reconocimiento, te vi…se que estas ahí, se que me viste. Un acto simple cotidiano, de todos los días.
Durante un mes no los veo, ocasionalmente a su esposa cuidando los rosales, no somos amigos, apenas vecinos que se aprecian. Una tarde paso por el sanatorio a retirar unos estudios, al salir de radiología, tomo por el largo pasillo con habitaciones de ambos lados, cada una con 2 camas, en la última habitación, esta Don Muñoz, sentado en la cama, lo veo, me detengo, ¿Es…o no es él? levanta su mano y me saluda, me quede duro, alguien cierra la puerta. Mil dudas, que hago, espero, me voy, vuelvo en horario de visita, golpeo la puerta, pregunto en enfermería…Me fui, sin hacer nada…Ni aún hoy se porque me fui así. A los pocos días veo a la nuera de Muñoz, con la suegra, caminando hasta el puente, detengo el coche, me bajo, saludo, y con temor, pregunto por Don Muñoz, falleció hace unos días me dicen, una complicación respiratoria.
Les doy mi pésame y me voy, entre triste, resignado, impotente.
Al poco tiempo, por la radio comunitaria, me entero del fallecimiento de la esposa de Don Muñoz.
Una mañana paso frente a su casa y veo dos camiones de la municipalidad y una cuadrilla con motosierras, estaban cortando las ramas mas bajas de los centenarios pinos. Al pasar por la tarde seguían con la misma tarea, a la mañana siguiente habían desmochado a los pinos con una grúa, y los estaban bajando de a poco, para no tocar los cables de alta tensión, el ligustro al lado de la casa lo estaba sacando uno de los hijos, la galería de Parra Loca a lo largo de la casa, que en otoño se vestía de rojo y naranja, la estaban sacando también, tres días después los pinos ya no existían. El vecino del lado norte empezó a lotear la finca, y uno de los compradores, para limpiar el lote le prendió fuego a la gramilla, éste se propago por la trinchera de membrillos y tomo una parte del cuadro de Ciruela D´Agen que vi plantar hace diez años a Don Muñoz, en aquel entonces él tendría setenta años, apenas la mitad se salvo.
Hace veinte años que paso frente a esta casa, y ahora, los troncos de los pinos, se ven como cicatriz, los frutales abandonados, solo la noble viña sobrevive a tanto despojo.
sesenta años de trabajo, sesenta años de cuidar y proteger las plantas, en dos meses como mucho, desaparecieron.
Que incomprensible, que pasajera que es la vida, que frágil, cuantos cuidados se deben prodigar para que exista, en nosotros y en aquello que cuidamos, esta transitoriedad, este tiempo que llamamos vivir, somos como hojas, como retoños, y algún día, el tiempo nos reclama.
Pronuncia nuestro nombre, y entonces.
infinita oscuridad.
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